Fotos y texto: Rafael Santander Arias
«Holístico» es el adjetivo que describe la experiencia en la Aldea Sol de los Andes. Como el todo es más que la suma de sus partes y este tipo de experiencias de sobretono espiritual resuenan diferente en la memoria, se funden con la vida hasta desdibujar los límites entre inicio y final, mencionaré solo unos pocos detalles de su mayor atractivo: la cocina.
La llegada a Riosucio en la mañana bien puede ser el inicio del viaje: la riqueza cultural de este pueblo, el orgullo por sus raíces, su interculturalidad y sincretismo lo hacen único y disponen el espíritu de otra manera.
La Aldea está ubicada en la cima de la montaña de la comunidad de Veneros, dentro del resguardo indígena de San Lorenzo en los límites entre Caldas y Antioquia. El viaje de una hora debe hacerse en un jeep modificados para transitar por terreno difícil y después empieza el ascenso media hora más montaña arriba por un terreno empinado y arcilloso. Finalmente, entre la montaña verde se asoman unas construcciones tradicionales de madera con techo de paja que parecen sostenerse intemporales, termina el recorrido. Derian y Rafael, los anfitriones, nos sirven un vaso de aguapanela fría con kombucha, que después de esa compleja hora y media refresca hasta el espíritu.
La filosofía de la comida lenta
La preparación de la cena empezó pronto. Lo primero que preparó Rafael, chef de la Aldea, fue un ajillo para marinar un filete de pescado. Los ingredientes todos fueron machacados con una piedra, así se mezclan ingredientes, minerales de la roca y la energía del propio Rafael. Poco se utilizan máquinas eléctricas para las preparaciones, pues estos métodos artesanales agregan a la comida energía e intencionalidad.
Neurogastronomía
La cena venía acompañada por un arroz ecléctico. Tomando como base un arroz de coco, se le agregó chipi chipi y hogao. Esa combinación del coco dulce con la cebolla, el pimentón y el ajo abren la mente a nuevas posibilidades. Neurogastronomia le dice Rafael a la acción de estimular la mente a través de la cocina. Su intención es que podamos viajar, por ejemplo, a la costa atlántica a través del arroz de coco o, como en mi caso, sentirme en una tierra desconocida con mar y montaña donde se fundían esos sabores y elementos dispares.
En Sol de los Andes viajamos por tierras reales y ficticias a través de la carne, la verdura, los granos y las especias. Nuestra cocina, como producto de la colonización y el mestizaje y como lugar de encuentro de tradiciones, saberes y oficios es un espacio en el que pueden también dialogar los sabores, las costumbres y las ideas del mundo con los frutos del territorio. Allí se tiene una experiencia de cocina mestiza. Aparte de la celebración intercultural que representa la cocina de la Aldea, la otra clave de la comida es cocinar con amor. Según Rafael este es el secreto para que la comida haga a la gente feliz.
El regreso
Estos pequeños episodios e ideas los fui recopilando mientras descendía por el resguardo de San Lorenzo nuevamente hacia Riosucio. Como parte de esta experiencia holística de turismo de bienestar ofrecida por la Aldea me pregunto si ese recuento meditativo en la montaña fue parte del viaje y si lo es la alegría de esas memorias que llevo todavía conmigo y que me provocan el deseo de regresar.