El Festival del Pasillo Colombiano se celebra en Aguadas, norte de Caldas, durante el mes de agosto. Es un homenaje a los hermanos Hernández quienes son un referente de este ritmo en el país. Durante el evento se disfrutan de diferentes manifestaciones artísticas como la interpretación musical en modalidades vocal e instrumental; la coreográfica en parejas y grupos; y la composición vocal e instrumental
Por: Octavio Hernández Jiménez
La música no es una simple diversión sino que representa la más misteriosa visión de un mundo, de un pueblo o de una época. La música conlleva ritmo, armonía, pero también signos, símbolos, ritos, actitudes. Toda una cosmovisión.
El pasillo fue un aire derivado del vals o la contradanza europea. Nació a mediados del siglo XIX y fue muy apetecido como repertorio de bandas de música. Por lo general, su molde es un estribillo y unas estrofas seguidas del estribillo; no solo es música para escuchar sino para el baile lento o fiestero. Fue muy popular en fiestas de familia por la región del Gran Caldas. El pasillo lento se tomó las salas de las casas, los corredores de las fincas, los rincones de los negocios, los teatros que eran para todos los espectáculos antes de la llegada del cine.
En Aguadas, sonaban los pasillos desde mucho antes que los interpretaran los hermanos Hernández. Constaban de un poema con rima muy propia del romanticismo hispánico (letras) y un sonido muy andino (música), más otros ingredientes dictados por las circunstancias.
Muchos jóvenes aguadeños aprovecharon la formación musical que impartían en el templo de Aguadas, como integrantes del orfeón o masas corales que entonaban misas, salves, motetes e himnos, a dos o tres voces. Casi una centuria después, hay intentos por revivir el orfeón, almácigo musical de Aguadas.
Fuera de visitar el templo para los ensayos y las liturgias, esos muchachos incursionaban por los campos y en esos desplazamientos percibían los cantos variados de los pájaros. Luego, en los pasillos y bambucos tuvieron la oportunidad de evocar aquellos sonidos provenientes de los montes junto al camino. Ya fueron exterminados aquellos bosques, pájaros y sorprendentes cadencias. Los primeros intérpretes dieron ejemplo de lo que un músico debe estar tramando siempre: escuchar, aprender, reproducir y crear.
En la temporada en que el trío de los Hernández Sánchez congenió con la música sacra y la colombiana, ya se escuchaban ritmos de otras latitudes, en cantinas y cafés. Una de las intérpretes más populares, en Caldas, desde la década de 1930, fue la mejicana Margarita Cueto, muy recordada por el lamento con que impregnó la mayor parte de pasillos, boleros, bambucos, valses, canciones, fox y danzas que abarcaba su repertorio. Cantó en el Teatro Olimpia de Manizales y el eco de sus éxitos no se ha acallado.
Y, así como los espacios de muchos tangos de esa época son los suburbios de las ciudades, y el espacio preferido de los bambucos son los campos y los patios con olor de azaleas, el espacio de los pasillos eran: los pasillos (espacios para ir de un área a otra de la casa) y las alcobas secretas del alma.
En un buen pasillo confluyen cuerpo y alma por lo que esa melodía llegó al corazón del pueblo y tomó, para siempre, habitación de él. Pasa usted con alguien, frente a una cantina o un bar de Aguadas o de cualquier pueblo de Caldas y escucha a Margarita Cueto cantando con Juan Arvizu; van mermando la velocidad de los pasos y, a todo el frente, propone uno al otro: – ¿Por qué no entramos y nos tomamos un aguardiente? ¿Cómo vamos a dejar sonando esa música?. “Adentro, en lo más hondo del alma hay una herida,/ herida que hoy me mata y hace tiempo sentí…// La tristeza está en mí como está en mí la vida,/ por eso es que mi canto es la voz de una herida…”.
Al concluir el pasillo, nada tiene de raro que usted o su compañía pidan al cantinero el bolero Taboga, con otros dos guarilaques: “En esta noche callada/ de mi tormento, ahora, quiero cantarte, Taboga,/ viendo tu luna plateada…”. En su momento, convivieron, en los gustos de los aguadeños, y en general de los caldenses, los pasillos, los bambucos, los tangos y los boleros. Es complejo el panorama de nuestra alma musical.
Margarita Cueto y los Hermanos Hernández fueron contemporáneos. Ella fue colega en presentaciones en las que se lucía con aquellas melodías que aún se escuchan, como los pasillos Flores del pasado, La tristeza está en mí, Espérame, El alma en los labios, Adios callado y Como si fuera un niño.
En otros países, los Hermanos Hernández daban gusto a diversos auditorios con las versiones de una música que abarcaba de México a la Argentina. No fueron localistas.
Los Hermanos Hernández (Héctor, Francisco y Gonzalo) hicieron un gran aporte a la sensibilidad latinoamericana difundida, alimentada y pulida, en los sucesivos viajes por Norte, Centro y Suramérica. El amor y el sentido de pertenencia que les inculcaron en su tierra natal los condujeron en esos viajes que, como quijotes, emprendieron por distintos países y continentes. Ellos cargaban sus nostalgias en los estuches de los instrumentos y en el corazón que es el mejor estuche de sentimientos y emociones.
De su estadía en el Perú queda, no solo el dato de su estadía, sino la relación con el ‘pionono’, ese comistrajo dulce y suave que se consigue como símbolo gastronómico no solo de la “ciudad de las brumas” sino de la “ciudad de los virreyes”, como llamaron a Lima.
Atrás del Palacio Presidencial del Perú, en ese balcón desde donde se ve correr el Rímac, en puestos de comestibles, venden ‘piononos’ deliciosos. Y tanto vendedores como compradores los reconocen como piononos. Nada tiene de raro que los Hermanos Hernández, en su estadía en esa ciudad célebre por su gastronomía, hubiesen aprendido la receta y la hayan traído para que la repitiera su mamá, en el Hotel Mama.
La música de los Hermanos Hernández atrapaba al auditorio por su buena interpretación. Arpegios que Francisco “Pacho” arrancaba al tiple, Gonzalo a la bandola y Héctor a la guitarra. Sonidos inigualables que, en 1936, cautivaron a Hollywood como se ve en el corto conservado y editado por la International Broadcast, en el que los Hermanos Hernández interpretan el pasillo “Tenue Silfo”. Pasillos colombianos en la meca del cine, conquista que pocos artistas nacionales han logrado con la música nacional del momento. Asociación de música y verso que cuenta, canta y encanta.
A su regreso, finalizando la década de 1940, el mayor empeño fueron los viajes y presentaciones en Colombia, además de la callada composición musical. De Aguadas emigraron a Manizales y luego a Bogotá. Dedicaron su vida, más que todo, a la unión familiar. Así transcurrieron las décadas de los cincuenta y sesenta. Se presentaban como Trío Arpa del Ruiz. La edición de su obra musical fue escasa. Se recuerda un disco de larga duración editado por la RCAVíctor, en Estados Unidos. La industria nacional del disco estaba en cierne.
Pasadas las décadas, hablar de Aguadas, del pasillo y los Hermanos Hernández no es retroceder. Insistir en su historia y en su obra es mucho más creativo que evocar. Es traer el pasado, actualizarlo y proyectarlo a partir del presente. El Festival del Pasillo echa a andar esos sonidos, esas historias, no para provocar la nostalgia, sino para impulsar ese patrimonio inmaterial hacia un futuro, ojalá, más humano.
Festival y pasillo movilizan una sociedad con la misión de ubicarla en pleno siglo XXII. Es una bocanada de optimismo. De patria. Siempre hoy.