Leer el fútbol: James Rodríguez y la poesía épica

Por: Rafael Santander *

Tomado: Quehacer Cultural

Dos tendencias recientes me invitan a escribir estas palabras: la primera, esa pregunta que se han venido haciendo algunos columnistas de la ciudad: ¿qué es cultura? Y la segunda, la emoción febril desatada por la campaña de la Selección Colombia en la Copa América, junto con esos dolores de haberse coronado apenas subcampeón del continente.

El fútbol, así como la gastronomía, la moda urbana, el habla de la plaza de mercado y los toros, es cultura; pero también la podemos comparar con otras formas culturales más universalmente aclamadas como la tradición lírica de la epopeya —tiempo habrá en el futuro para hablar de sus diferencias.

Estoy seguro de no ser el primero en decirlo, solo me llama la atención este olvido que permite señalar esa audiencia primaria, quienes toman el relato mítico como texto sagrado (así en el fútbol como en la religión) y sin entender de razones ven al otro lado a un enemigo que hay que eliminar.

Leer el fútbol como epopeya, sería distanciado del fanatismo, permite al espíritu otros regocijos aparte del de la pasión de la victoria. Esto es de lo que quiero hablar hoy. Me siento satisfecho con ese segundo puesto como quien termina de ver una película donde al final el protagonista no vence a su oponente, ni se queda con el dinero, ni con la novia y aún así se mantiene sereno. No todas las victorias implican sobreponerse a un rival y por eso las historias con estos finales me parecen más sobrecogedoras.

Si bien una epopeya intenta dar cuenta de la totalidad de una campaña, esta se hace a través de cantos que nos cuentan hechos más pequeños e incluso en las “principalías” se enfocan en un solo héroe actuando después de haber recibido inspiración de los dioses y entre otros cantos posibles de la Copa América, mi favorito es la principalía de James Rodríguez.

Me emociona su actuación porque en esta veo un arco de redención. En donde antes habíamos visto a Ícaro, quien se acercó tanto al sol que sus alas se deshicieron, ahora puedo ver a un Hércules, redimido ante los dioses después de haber pasado por doce penosas tareas. El joven brillante del 2014 quemado por su propio fulgor juvenil regresó de entre las cenizas templado por la disciplina. Esa intuición educada, transformada en habilidad gracias a la práctica le mereció la cantidad de jugadas y asistencias que tantos goles le permitieron a la Selección.

Las historias han sido siempre un vehículo pedagógico: han explicado el origen del mundo, de los principios morales, ejemplos de cómo ser y malos ejemplos para evitar. Seguramente la Ilíada además de cantarse para entretener, inspirar y exaltar el fervor griego, también sirviera de ejemplo a militares y civiles para instruirlos en el honor, la valentía, la fe y la misericordia. Esa frase ya refrita y medio apócrifa de Albert Camus «Todo lo que sé de moral y obligaciones del hombre se lo debo al fútbol» debe referirse a la misma idea de que en esta  forma moderna de la epopeya, encontramos, si sabemos leerlas, lecciones éticas —y también de otras disciplinas— valiosas que además poseen personajes de diversas edades, etnias y procedencias con las que siempre podemos encontrar identificación; más ahora que tenemos fútbol profesional femenino también televisado.

Casos como el de James Rodríguez me encantan porque siento debilidad por un buen arco de redención, caída y ascenso. Este siempre nos recuerda que tenemos derecho a cometer errores, desviarnos y desaparecer por temporadas, pero que, regresando a la comparación con la lírica, hay una principalía aún no escrita que lleva nuestro nombre, un aedo dispuesto a cantar lo que ocurrió después de la caída, una posibilidad de resurgir y un público—como tantos hinchas de la selección— que no pierde la fe y espera el retorno glorioso.

Incluso yo, que no soy gran espectador de fútbol, me alcancé a emocionar con la idea del título y con escribir sobre esto. Por eso le agradezco a cada una de las personas que integran la Selección Colombiana de fútbol: jugadores, cuerpo técnico, las nunca suficientemente reconocidas personas de servicios generales y especialmente a James Rodríguez por su inspirador resurgimiento.

Estoy seguro de que no fui el único que se dejó contagiar con la ilusión.

* Escritor. Realizador de cine.
Foto El País.

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