Crónica y fotografías: Alejandro López
Eran las 4:15 de la tarde de un soleado martes de enero, yo estaba tomando el último sorbo de un asombroso café: variedad gesha, proceso honey, de Café Tío Conejo y así terminaba mi visita a ese maravilloso lugar. Bueno, quiero decir mi visita a la finca, porque Café Tío Conejo es en definitiva mucho más que una finca cafetera.
Ya había tenido la oportunidad de escuchar sobre Café Tío Conejo, esa enigmática marca nacida en Manizales Caldas, que pocos manizaleños conocen, pero que en plataformas como TripAdvisor está posicionada como la experiencia #1 para visitar en la capital caldense, incluso por encima de lugares como La Catedral Basílica y El Nevado del Ruiz.
Entonces, ¿qué es Tío Conejo? ¿Es una marca de café? ¿Es una finca? ¿Es un personaje de cuento?
Y, ¿a quién se le ocurre que un conejo con cuerpo humano y vestido de arriero es una imagen enganchadora para una marca colombiana de café?
Esas fueron algunas de las preguntas que vinieron a mi cabeza cuando me invitaron a pasar un día en Café Tío Conejo.
A mi no me gusta quedarme sin entender el porqué de las cosas. Me puse a la tarea y busqué en internet información sobre Café Tío Conejo. Y ¡gran sorpresa me llevé, cuando vi una página web muy bien montada y un manejo impecable y muy creativo de sus redes sociales! Más al detalle, vi que tienen un gran número de ‘fans’ que se les conoce como los “sobrinos”, pues así se refiere a ellos “El Tío Conejo” en los contenidos que publican. Esos sobrinos que yo llamaré los “Los Conejolovers”, no sólo consumen y promueven los productos de la marca, sino que la aman y se sienten por completo identificados con lo que ella hace y representa. Fue así como logré en mi stalkeada digital, conocer que Café Tío Conejo es una empresa finca familiar, registrada como una sociedad SAS BIC, una empresa que se preocupa ante todo por el bienestar ‘colectivo’, es decir, por todos los entes relacionados con ella y que su principal razón de ser es la de ‘generar felicidad’.
Ya con este previo conocimiento de la marca y de la empresa, me sentí más que motivado para ir hasta la finca del tan nombrado en plataformas digitales ‘Tío Conejo’, para comprobar por mi mismo, si tanta buena fama era verdadera.
El día anterior a mi visita me escribió por Whatsapp una de sus sobrinas, esta creo que es de sangre, su nombre es Patty Suárez. Además de contarme un poco de la experiencia que viviría en la finca y de hacerme un par de recomendaciones sobre la ropa y el calzado que debería usar en mi visita para estar más cómodo y seguro, me llamó mucho la atención que me dijera que “El Tío Conejo y toda su conejera, estaban muy felices de que pudiera ir a visitarlos”. Porque esto es algo que también vi en los contenidos de sus redes sociales y es que se refieren al Tío Conejo, como a una persona real, a alguien que sí existe y no como a una marca o a una empresa. Por ejemplo en su Instagram, se ve claro que El Tío Conejo habla en primera persona en las publicaciones que se hacen.
El encuentro fue a las 9 de la mañana en su cafetería en Manizales, un lugar donde todo combina, pues en el día es Tío Conejo el encargado de servir el mejor café y panadería a quienes se animan a pasar un buen rato en el barrio Milán, y en las noches se convierte en cervecería artesanal, donde ya el protagonista es Don Fermín, otra marca manizaleña muy amiga de Café Tío Conejo. Todo un verdadero co-branding, del que espero poder contarles en otra ocasión. Allí tomé el ‘primer mejor café’ que me he tomado en la vida. Un Castillo Natural que preparó, mediante extracción con método de filtrado V-60, Jacobo, también sobrino del Tío Conejo, mientras yo esperaba a Julián con su Willys, un sobrino más y quien me llevaría hasta la finca. En este punto yo, que aún no soy tío, me preguntaba ¿qué se sentirá tener tantos sobrinos por el mundo?
Julián llegó a recogerme en una ‘nave’: un jeep Willys modelo 72, color naranja, muy bien tenido, como diría mi papá. En esta ‘nave’ nos fuimos directo hasta la finca de Tío Conejo, la cual está a 25 minutos de Manizales en la vía a Neira, Vereda Santa Rita, Corregimiento El Manantial.
Una vez llegamos a la finca, lo que más me llamó la atención fue que la entrada, no es la típica portada de finca turística con arcos de árboles altos y llamativos. O el gigante portón de madera como el del Jurassic Park. Todo lo contrario, la puerta de la finca Tío Conejo es en realidad la puerta de una finca típica caldense. Eso me gustó. Después de ingresar, se sube hasta la primera casa. Allí, dos imágenes inolvidables: la primera, la de los perros de la finca que salen a saludar ladrando felices. ‘Café’, un labrador chocolate que parece más un oso grizzly, y Lila, una hermosa y ruidosa Sheltie. Para que me entiendan, Lila es como Lassie, pero chiquita. Y también está Danna, un terremoto que salió de lo que parece fue un romance intenso entre un Pitbull y un Shar Pei.
La segunda imagen es la de la sonrisa de Johana Santos, otra sobrina, que también es tía, pues todos en Tío Conejo le dicen “La Tía Joha”. Ella fue la encargada de darme la bienvenida a la finca y también de ofrecerme el ‘segundo mejor café’ que me he tomado en mi vida. Un Caturra Lavado, extraído a la perfección en una Chemex.
Entre las muchas cosas que la “Tía Joha” me contó, me dijo que no siempre es ella la encargada de recibir a los visitantes. Que muy seguro, si yo decidía regresar en algún otro momento, me podría tocar con otro miembro de la familia. Eso a mí me causó gracia, porque ella me hablaba de regresar, y yo ya me quería quedar a vivir allí toda la vida.
Mientras hablaba con la Tía Joha de su encantadora historia con Tío Conejo, apareció otro sobrino: Santiago. En principio, por su pinta relajada, de barba larga, creí que era un turista extranjero que estaba quedándose en la finca, porque ese día estando allá supe para acrecentar mi antojo, que en Tío Conejo también ofrecen servicio de hospedaje. Después vi que al igual que todos y cada uno de los sobrinos del Tío Conejo con los que me había encontrado ese día, Santiago llevaba puesta una camiseta con un Tío Conejo estampado al frente. Entonces, ahí intuí que muy seguro, él hacía parte de esta madriguera a la cual apenas me estaba asomando.
Resultó pues que Santiago era mi guía y con él recorrería la finca de abajo arriba y de arriba abajo. Comenzamos en el beneficiadero. Allí nos encontramos con Mario, uno de esos sobrinos ya grandecitos del Tío Conejo, se que le dicen “El Mago”, porque en mi búsqueda virtual sobre esta empresa, la noche anterior, me topé también con el canal de Youtube de Café Tío Conejo, y allí vi unos cuantos capítulos de lo que ellos llamaron su Intento de Reality, en el cual cuentan un poco de cada uno de los miembros de la familia Tío Conejo. Un ejercicio muy divertido, real y humano, búsquenlo en Youtube, se llama ‘Dentro de la Madriguera de Café Tío Conejo’. En el beneficiadero, Mario, cual libro abierto a quien quiera adquirir conocimiento y con una pasión a flor de piel, me contó todo sobre los cafés especiales y de sus procesos. Terminología como lavados, enmielados, naturales, sumergidos, despulpadora, mucílago, tienen ahora un significado real en mi mente, y gracias a esto tengo para siempre un sentido de pertenencia frente al café colombiano. Por eso creo que todos y cada uno de los colombianos deberíamos conocer de verdad sobre el café y sobre sus procesos.
Nos despedimos de Mario y comenzamos ahora sí, la subida. Santiago me iba contando de variedades de cafés a medida que avanzábamos. Me habló del agua y de las plantas de tratamiento que tienen, las cuales le cambiaron, o mejor dicho, le dieron vida y sostén a toda la finca. Me contó la historia de los nogales cafeteros, todos sembrados hace 10 años cuando compraron el primer predio. Cuando hicimos una breve parada en un increíble lugar con una vista única, que es casi un premio a la caminada, me percaté de que alguien estaba cerca, en medio del cafetal, no dudé en avanzar en medio de los árboles variedad Castillo que allí hay sembrados y pude ver a un hombre pequeño, de contextura delgada, al parecer usando abonos y hablando con los árboles. Me emocioné bastante pues estaba casi seguro de que era el Tío Conejo, tenía que serlo, viendo como sus manos callosas trataban con cariño a ese árbol de café, pero cuando lo saludé, me di cuenta que me había confundido. Santiago tomó la palabra y me presentó a este personaje, era Don Eulises, el mayordomo de la finca. Don Eulises, me saludó con tal calidez que parecía que me conociera de siempre y me contó un poco sobre lo que estaba haciendo. Yo no quise distraerlo más del embeleco en el que estaba con su trabajo y es que eso es algo que noté en todos y cada uno de estos sobrinos del Tío Conejo: ¡un amor y un disfrute en lo que hacen que lo inspira a uno!
Continuamos con el ascenso por un buen rato hasta que de la nada apareció ella, roja y blanca, bella en medio de tanto verde. Su nombre estaba en la entrada, Santa Chila, una casa que está viva. Santa Chila tiene más de 100 años y fue restaurada a través de un rescate arquitectónico liderado por toda la familia Tío Conejo, implementando las técnicas y materiales tradicionales de la construcción caldense: el bahareque, y garantizando que se respete en todo lugar y espacio de la finca, el Paisaje Cultural Cafetero. En esta belleza cultural, paisajística y arquitectónica, me quedaré a pernoctar un par de noches en mi próxima visita a Tío Conejo, se los prometo.
A esta altura del recorrido, mi expectativa por el almuerzo y por conocer la parte más alta de la finca, La Conejera, lugar al cual Santiago me dijo que nos dirigíamos, se acrecentó cuando vi desde el camino una casa que se asomaba por encima de los cafetales y a la que le daba de pleno el sol.
Llegamos a La Conejera y como por arte de magia, la persona que nos recibió fue la Tía Joha. ¿Cómo llegó tan arriba antes que nosotros?, es un misterio y le quiero atribuir el crédito a la magia que hay en esta finca. ‘La Conejera’ es una casa de ensueño. A su alrededor la decoración no podía ser más perfecta: huertas de las cuales la Tía Joha había recolectado minutos antes los ingredientes para el almuerzo, un verdadero banquete, que nunca me hubiera imaginado. Tantos colores vivos y sabores en verdad deliciosos, son las palabras con las que puedo describir esta experiencia gastronómica única.
El almuerzo fue tranquilo, acompañado de risas, de camaradería y de familiaridad. Después vino un tiempo de silencio, en el que me dediqué a repasar cada momento de este día absurdo y fantástico, mientras disfrutaba del cadencioso vaivén de una de las hamacas de La Conejera. Cuando estaba cerca de caer en los brazos de Morfeo, empujado no sólo por la hamaca, sino producto de la marea alcalina, Santiago me indica que podemos ir bajando despacio, mientras comemos un banano. Yo me reí y le dije, “Santiago, hermano, gracias, pero no me cabe ni un tinto”, a lo que él con otra risa me respondió: “no diga eso hombre, porque justo, lo que falta en esta experiencia, es el café”.
Bajamos caminando hasta llegar al Tío Oso, lugar donde horas antes me había tomado ese inolvidable ‘segundo mejor café’. Allí siendo las 4:10 de la tarde, con el estómago lleno y el alma y corazón tocados por esta empresa familiar, me tomé ‘el tercer mejor café’ que me he tomado en la vida, un Gesha Honey de Café Tío Conejo.
Ahora se que la felicidad sí se puede producir y transmitir, mientras se genera bienestar a trabajadores, colaboradores, proveedores, a la región, a los vecinos, a la ciudad y a los clientes. Tío Conejo no sólo ha hecho bien el ejercicio racional de la restauración, la conservación y el cuidado de los recursos naturales que posee la finca. Ocuparse de lo que la tierra da y de quienes la trabajan, en definitiva garantiza un ingreso que hace de esta tríada de sostenibilidad una realidad. Aunque la felicidad no es medible como valor económico, como calidad de vida representa un intangible único.
Días después de haber estado en Café Tío Conejo, puedo admitir que la tarea me quedó a medio resolver. Esto de describir en una crónica de viaje lo que es Tío Conejo en Manizales, es un poco complejo. A lo mucho podré evocar con respeto, pero muy por encima, lo que fue la experiencia.
Porque Tío Conejo es real, ¡Él es real!
Si aún sigues leyendo esta emotiva crónica, sabes bien que debes visitar Tío Conejo, y yo sé que él y su familia te están esperando.